VEINTE LIBROS
En la red social BlueSky hay un desafío de publicar, durante veinte días consecutivos, imágenes de las tapas de los veinte libros que más te hayan influido o que no puedas olvidar. Pero como consiste solamente en subir la tapa y proscribe entrar en detalles no me interesó especialmente: ¿qué gracia tiene que no pueda contar por qué un libro es importante para mí? Así que preferí armar esa lista acá, en esta paginita que va a cumplir veinte años en abril de 2025 y que está muy cerca de ser yo mismo. La lista se ofrece por el orden en que los leí, más o menos como hoy lo recuerdo. Como si la precisión en ese asunto importara tanto.
"En la vida hay más que libros ¿sabés? / Pero no mucho más". The Smiths, Handsome devil.
Enciclopedia del Espacio. Compilación en tres tomos de artículos escritos hacia 1968-69 por Marius Lleget, Eduardo Buelta, Antonio Ribera y autores invitados. Los temas eran la carrera espacial, la investigación del “fenómeno OVNI” y las perspectivas que la exploración del espacio extraterrestre abría a la humanidad. Los tomos estaban en mi casa cuando yo era chico y los leí con la pasión de los chicos, y me los creí con la pasión de los chicos. Con los años le perdí respeto a sus OVNIs y supuestos visitantes extraterrestres de la antigüedad, salvo como tema de ficciones, pero siempre me maravillé con su arte, que incluía ilustraciones extraídas de revistas de ciencia ficción norteamericanas como Astounding o Galaxy, obra de artistas geniales como Frank Frazetta o Ed Emshwiller. La obra incluye momentos maravillosos como la opinión de Gabriel García Márquez acerca del postulado "fenómeno OVNI" o un espectacular cuento / ensayo de Manuel Vázquez Montalbán, La Llegada de los Otros, acerca del arribo de una flota de astronaves extraterrestres a la Tierra de Nixon, Mao, Brezhnev y Paulo VI, hacia 1970, plena Guerra Fría. Los capítulos acerca del futuro tienen un aire contracultural muy propio de la época pero llamativo para la España de Franco, que se permitía esos chistes siempre que fueran en libros destinados exclusivamente a ser exportados, y sólo los valoré mucho más tarde.
El candor del Padre Brown, de Gilbert Chesterton. El curita detective es un personaje extraordinario, el humor de Chesterton es muy disfrutable y su manejo de la argumentación es brillante y casi que nos convence inmediatamente de la verdad profunda del catolicismo, pero creo que lo que más le debo a este libro, que leí entrando a la adolescencia, es haber comprendido por primera vez que escribir no es meramente suceder una palabra con otra hasta lograr contar una historia: aprendí de la existencia de mecanismos narrativos o poéticos que, inteligentemente usados, producen en el lector un efecto buscado. Parte del mérito está en el excelente estudio adjunto de Juan José Millás, parte en las siempre oportunas y reveladoras notas del traductor canónico de las historias del Padre Brown, Alfonso Reyes. En 2009 había escrito algo más acerca del autor aquí.
Cosmos, de Carl Sagan. Le debo el comprender tanto la maravilla del cosmos, esa inteligibilidad profunda que nunca debería dejar de sorprendernos, como su indiferencia ante todo destino, no ya el de algo tan nimio como una mera vida humana sino el de planetas, estrellas, galaxias o el propio universo, condenado a desaparecer en un futuro, eso sí, remotísimo. Y le debo también entender la fundamental extrañeza de existir en un lugar y un momento dentro de un orden universal incomprensiblemente antiguo y vasto. Esto ya es para estar agradecido por siempre, más aún si se aprende en la adolescencia, pero Sagan da un paso más: piensa en ese contexto, y encuentra intolerable la violencia, el engaño, el fanatismo, la codicia. En suma, descubre una ética posible sin recurrir a un orden sobrenatural. En 2020 había escrito algo más acerca de Sagan aquí.
Crónicas del Ángel Gris, de Alejandro Dolina. Al Negro lo conocí por sus artículos en Humo®, que fueron recopilados en las Crónicas. Las leí con gusto mientras al mismo tiempo me hacía oyente en la radio, iniciando una relación que con algunas interrupciones dura desde 1987. La influencia ética y estética del Dolina radial en mí es muy profunda, y entre otras cosas le debo mi interés por el tango y la milonga. Las historias del Ángel Gris me mostraron un camino que abrió Leopoldo Marechal sobre las huellas de Sarmiento o Mansilla: la Divina Comedia y la payada de pulpería, la mitología clásica y el barrio, la poesía francesa y el café de la esquina, en suma el descubrimiento de una manera muy argentina de ser universal. En libros posteriores Dolina dejó atrás algunas malas enseñanzas de Unamuno o Sábato acerca de la ciencia, incorporó la cultura china a su universo literario, su escritura se hizo más rica, pero yo empecé por las Crónicas y por eso las incluyo. A principios de este año había escrito algo más acerca de Dolina aquí.
El mundo ha vivido equivocado y otros cuentos, de Roberto Fontanarrosa. No sé si el primer libro de cuentos que leí de este otro gran Negro es el mejor, pero es brillante, y es el que me lo presentó como cuentista muy divertido y además técnicamente impecable, desde la construcción de la voz de los personajes o el narrador hasta la respiración misma de un texto. Los relatos e historietas de Fontanarrosa me dieron tempranamente una herramienta para la vida a la que sólo racionalicé y verbalicé muchísimo después: el humor como forma de mandar a La Muerte bien al carajo. Escribí más extensamente acerca del autor acá.
El Universo desbocado, de Paul Davies. El trabajo que había comenzado Sagan lo completó este físico inglés con un librito de juventud. Más aún: Davies desarrolla los dos destinos posibles del Universo, colapsando sobre sí mismo en un Big Crunch reverso del Big Band o expandiéndose para siempre, hasta que las otras galaxias desaparezcan de nuestra vista, las estrellas se apaguen y hasta la materia misma se disuelva en un caos de partículas. ¡No sólo la Tierra, el Universo entero desaparecerá! Carpe diem decían los romanos, "vivir el día": ni siquiera es un consejo, es la única manera de vivir.
El pulgar del panda, de Stephen Jay Gould. Un gran libro de ensayos que profundiza cuestiones planteadas en Cosmos, no sólo en el campo de la biología, que era la especialidad de Gould, sino especialmente las polémicas sobre las teorías académicas cuyas implicaciones sociales y políticas han sido muy serias aún cuando su base científica sea al menos discutible, como el darwinismo social, la sociobiología o el creacionismo. Además Gould era muy ingenioso y entretenido: su artículo acerca del descubrimiento de que el cráneo del Hombre de Piltdown era un fraude es casi un cuento policial, en particular cuando intenta descubrir a su autor o autores. Y su idea de emplear la evolución de la manera en que los estudios Disney dibujaban a Mickey Mouse para explicar el concepto biológico de neotenia es brillante. Ojalá hubiera muchos ensayistas como él, que por cierto murió en 2002.
Ficciones, de Jorge Luis Borges. A Historia universal de la infamia, con todos sus momentos geniales, la aquejan notorios excesos: su autor todavía no había aprendido a contenerse. Y el Borges posterior a 1960 sigue siendo disfrutable pero es otro escritor, mucho más parco y oral. De los dos libros capitales, me quedo con Ficciones antes que El Aleph porque incluye Tlön Uqbar Orbis Tertius y El jardín de senderos que se bifurcan, pero en especial Las ruinas circulares, con ese final inolvidable que lo convierte en un cuento de horror cósmico, esa destreza sobrenatural con que Borges nos asesta con toda perfidia "con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo".
Otras Inquisiciones, de Jorge Luis Borges. Historia de la eternidad o Discusión son fenomenales colecciones de ensayos, pero la variedad y profundidad de ésta es extraordinaria, y el don verbal de Borges está en niveles absurdamente brillantes. Pasa con facilidad de ejercer la erudición acerca de la obra de Oscar Wilde, Coleridge o Chesterton a conjeturar acerca de emperadores chinos o la idea del tiempo en Dunne y, a la pasada, concederle la eternidad al doctor Américo Castro por vía de una gastada inolvidable. De los libros que más he releído.
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Un mediodía de enero de 1992 yo estaba enfermo y comencé a leerlo. Lo terminé a la medianoche: apenas pude soltarlo para ir al baño, ingerir la medicación recetada o comer algo a las apuradas. No sé si no empeoró mi fiebre; en todo caso, tener la vista concentrada en la lectura durante doce horas me produjo previsibles mareos. A los pocos años lo volví a abrir para repasar el comienzo y lo tuve que soltar a las 200 páginas, sabiendo que de otro modo me esperaba otro día absorbido por el destino de los Buendía. Muchos años después, una tarde, abrí Crónica de una muerte anunciada y no lo dejé hasta que lo terminé. Nunca me pasó algo así con otro escritor y desde entonces temo abrir los libros del hechicero colombiano.
Aguafuertes porteñas, de Roberto Arlt. La precisión quirúrgica de la mirada de Arlt sobre las zonas oscuras de la vida moderna es asombrosa: ya es un lugar común pensar en Los Siete Locos y Los Lanzallamas como referencia para pensar en Javier y Karina Milei, Caputito, el Gordo Dan, Lilia Lemoine y la Armada Brancaleone de La Libertad Amenaza. ¡Y sus escritos tienen casi cien años! Pero si las novelas de Arlt me gustan, las que me enamoran son sus columnas, lo siento, yo soy así. La lucha desesperada por el mango y el ingenio popular para rebuscársela, los cambios en las costumbres que inducían los medios masivos, la entonces incipiente liberación femenina y los cambios que provocaba en las relaciones de pareja: cómo no va a ser actual Arlt.
Adiós, muñeca, de Raymond Chandler. Seguramente El largo adiós es la mejor novela de Chandler y su detective Philip Marlowe, aunque también podría terciar El sueño eterno, pero Adiós, muñeca es la primera que leí, y la que forjó mi elevado concepto del autor y de su criatura. La prosa seca de todo policial después de Dashiell Hammett interrumpida en el momento justo por un sarcasmo inolvidable, a veces desopilante, aunque el tono amargo y cansado de ese humor no es el de un chistoso de ocasión sino el de un detective privado que se gana el pan escarbando entre los cimientos podridos del Sueño Americano, en los años en que señalar esa podredumbre no era un lugar común sino casi un gesto contracultural. El Alce Malloy, Velma Valento, Anne Riordan, Jesse Florian, Lindsay Marriott, los policías Randall y Nulty, Jules Amthor: Chandler no sólo tenía buena mano para los diálogos, también para los personajes secundarios... aunque a veces se perdiera entre ellos, como contaran quienes quisieron convertir El sueño eterno en un guión de cine. Encima la edición que yo leí la tradujo César Aira.
Artistas, locos y criminales, de Osvaldo Soriano. Conocí a Soriano por su primera y hermosa novela, Triste, solitario y final, en la que se enreda en Los Ángeles con un envejecido Philip Marlowe, John Wayne, Stan Laurel y Charles Chaplin ¿cómo no quererla? De las siguientes novelas me gustaron algunas sí y otras no, pero sus columnas y artículos periodísticos me gustaron siempre: ahí Soriano no falla nunca. Ésta es la primera recopilación, hecha con artículos publicados en el célebre diario La Opinión de comienzos de los años setenta. Laurel y Hardy, la ciudad de Venecia, Robledo Puch, los vecinos de Perón en la casa de Vicente López cuando su regreso en noviembre de 1972, el nacimiento de San Lorenzo de Almagro, la fiebre del oro en California a mitad del siglo XIX: los temas son de los más variados, Soriano siempre los hace muy entretenidos. Permea las notas una calle sin cuento y una melancolía derrotista y tanguera que ha sido influyente en algunos columnistas; lástima que no lo hizo tanto el agudo sentido del humor sorianesco, una ironía que a menudo invita a las carcajadas.
El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Un tremendo homenaje a Borges escrito por uno de sus grandes lectores, y una novela entretenidísima con variadísimos planos de lectura: homenaje a Sherlock Holmes y el doctor Watson, reflexión sobre el poder de la escritura, historia política de la Baja Edad Media en Europa Occidental, las herejías cristianas como manifestación epocal de la tendencia profunda de las sociedades humanas estratificadas a la revuelta de clases, la imposibilidad de la fe, hielo y limón. Eso de que las primeras cien páginas son densas a propósito, para asustar al lector de éxitos del verano y sólo entregar las mayores delicias a quienes soporten ese rito de pasaje, me parecen pamplinas: yo disfruté la novela de la primera a la última página. ¡Hasta disfruté El péndulo de Foucault, que es esas cien páginas llevadas a un libro entero!
Auge y caída de las grandes potencias, de Paul Kennedy. Un librito grueso hasta lo intimidatorio publicado en 1987 en que el autor, un historiador, analiza el surgimiento, auge y derrumbe inevitable de las grandes potencias desde que existe un mundo, esto es decir tras las exploraciones marítimas europeas de fines del siglo XV: antes de eso, bien podríamos decir que nuestro planeta contenía varios mundos incomunicados o poco menos. La solidez de las políticas económicas internas como base imprescindible para la proyección de una nación y en especial en tiempos de guerra, la importancia capital del comercio internacional y la innovación tecnológica, el enfoque del poder de un estado como una magnitud siempre relativa al poder de los demás, son ideas que se refuerzan a medida que desfilan por la obra la España de los Austrias, la Francia de los Borbones, el Imperio Británico, el Imperio del Sol Naciente, el Tercer Reich, la Unión Soviética: grandes potencias de ayer que tuvieron su momento de auge y hoy son historia antigua. Las previsiones del autor acerca del futuro que para nosotros es en buena medida pasado han sido mayormente confirmadas: el crecimiento de China, la lucha de la Unión Soviética por sobrevivir no sólo como potencia sino hasta como estado unificado, las fortalezas y debilidades relativas de Estados Unidos, Japón y la Europa unida. Le debo la mayoría de mis ideas acerca de las relaciones internacionales, cómo no va a estar acá.
El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Hay un prólogo sensacional que firma el pintor Basil Hayward, uno de los personajes principales, en el que conversa con el propio Wilde acerca de Dorian Gray, de esos elegidos que iluminan una habitación con su sola presencia, y termina sugiriéndole la idea central del relato ¡y es el prólogo recién! La cantidad de epigramas extraordinarios acerca del arte o la vida social que Wilde desgrana en esta novela, en el prefacio o a cargo del muy sarcástico Lord Henry Wotton, son propias de un genio, por más que el autor haya dicho que su genio estaba en su vida, y que en su obra apenas estaba su mero talento. Además se nota entre líneas una alegría de vivir tan contagiosa que el desenlace parece llegar de modo aún más ominoso.
El sentido de la ciencia ficción, de Pablo Capanna. Este libro extraordinario ha tenido varias reediciones con reescrituras, ampliaciones y hasta cambios de nombre, que lo convirtieron sucesivamente en El mundo de la ciencia ficción y Ciencia ficción, utopía y mercado. Yo lo conocí hacia 1990 en la versión muy resumida que prologa la antología Ciencia ficción argentina, que tiene una tapa maravillosa, y a comienzos de este siglo en una versión original de 1967 que me descargué de Internet. Casi todo lo que sé de Philip Dick o Cordwainer Smith se lo debo a este libro mutante. Capanna es un gran ensayista, y su cultura es de una profundidad casi insondable en estos años desangelados; poco me puede importar entonces que yo no comparta algunos aspectos de su posición filosófica.
Borges, de Adolfo Bioy Casares. Una de esas obras que se pueden abrir en cualquier parte y consultar como si fuera un oráculo, para ser iluminado por la inteligencia, el humor y la malicia de estos dos grandes escritores... si es que no se los pesca asestándonos opiniones políticas repugnantes. A Silvina Ocampo la dejan aparecen cada tanto, tal vez porque en realidad era ella la que lo hacía venir a Borges a su casa para que lo entretuviera a su esposo hablando de bueyes perdidos, así tenía tiempo libre para escribir sus cuentos. Impagable el comic relief que aportan Manuel Peyrou y la señora Bibiloni de Bullrich. Ya escribí de la obra aquí.
El nacimiento del cristianismo, de John Dominic Crossan. Mi interés en la historia del cristianismo arranca con la Historia del Cristianismo del entonces todavía socialista Paul Johnson, un libro que es excelente como primero de una serie de lecturas acerca del tema pero pésimo como única lectura. La aparición de Crossan en algunos programas del History Channel, en la época en que ese nombre aún guardaba alguna relación con su contenido, me llevó a sus libros, y de allí al deslumbramiento total. La historia del cristianismo es infinitamente debatible, dada la calidad y cantidad de las fuentes existentes, y las posiciones de Crossan pueden o no sostenerse en el futuro, pero lo que a mí me aportó trasciende el tema y es invalorable. Para analizar si las diferencias entre los evangelios se pueden deber a que son escritos que recogen variantes de una misma tradición oral, Crossan nos explica las ideas de Milman Parry y sus trabajos de campo entre los cantores populares analfabetos de Bosnia. Para estudiar las curaciones de Jesús a partir de la óptica de los sanadores populares, Crossan nos introduce a los trabajos de Marianne Sawicki. Para contextualizar la actividad misionera de Jesús en un entorno rural agitado por la conversión de la tierra heredada de los antepasados en un bien inmueble sujeto a hipoteca y eventual desposesión, el autor nos presenta la tipología de las sociedades de Gerhard Lenski y las observaciones a ese modelo que aportó John Kautsky, el nieto de Karl Kautsky. Mi agradecimiento a Crossan no puede ser menos que infinito.