Reseña crítica: El poder de la deducción a distancia, vislumbrado por Poe en uno de los casos más célebres de Dupin ("Marie Roget") y cosechado por Borges y Bioy con su don Isidro Parodi que dictamina resoluciones desde la prisión, tuvo un convincente intermediario con el detective imaginado por Rex Stout, cuyo estilo bon-vivant y rotundo peso le tornan en recluso de su propio hogar donde, entre botellas de cerveza y orquídeas, resuelve casos confiando en su asociado Archie Goodwin como "sus ojos, sus manos y sus pies". A mediados de la década del treinta buscando replicar el éxito de otros estudios con detectives dignos de redituable continuidad, Columbia lanzó a Wolfe con el protagonismo absoluto del bonachón Edward Arnold y Lionel Stander como su fiel asistente, Archie. Una partida de golf termina de manera trágica: luego de ensayar un par de golpes el director de escuela Barstow (Boyd Irwin) cae fulminado, supuestamente, de un ataque al corazón. Poco después, un tal Carlo Maringola (Juan Torena) es asesinado teniendo en su poder un recorte de periódico que anunciaba el deceso del profesor. Una joven latina (Rita Cansino, poco antes de convertirse en la megaestrella Rita Hayworth), acude a Wolfe para encargarle que encuentre a su hermano. Vinculando el recorte y ambas muertes, Wolfe deduce que el de Barstow no fue infarto sino asesinato y que el responsable debió haber disparado o envenenado a su víctima durante ese juego de golf. A través de una invitación a almorzar en su propia casa, Wolfe conversa con los cuatro caddies y se percata que Barstow sufrió el atentado utilizando un palo de Kimball (Walter Kingsford), con lo cual deduce que el dardo envenenado estaba destinado a éste y no al que terminó recibiéndolo. La vinculación de un viaje de Kimball a la Argentina coincide con el descubrimiento en las víctimas de veneno de "fer-de-lance", especie mortal de crótalo que la trama relaciona con ese alejado país de Sudamérica. Con esa información, entre porroncitos de cerveza y platos opíparos, Wolfe deduce varios móviles para el asesinato y evalúa seis posibles sospechosos. Como medida resolutiva, ordena que Archie traiga a todos a su hogar con la excusa de una cena y, tal como está dictaminado en las normas del detective-gourmet, forzar un truco para que el asesino se delate a si mismo. El trámite ofrece ritmo y Edward Arnold - a sus anchas - lo sazona con incontables risotadas, sea ante Archie o bien sus clientes o sospechosos, el suyo es un investigador que todo toma con una buena sonrisa. Por momentos los personajes parecen distraerse, por ejemplo, Archie enviciándose a una partida de "Monopoly" con Kimball padre e hijo (Russell Hardie). El realizador Herbert Biberman (mucho antes de ser marcado como uno de los "Diez de Hollywood") resuelve con ritmo y agilidad tanto los extensos diálogos como algunas secuencias de acción, como un atentado contra Kimball a los tiros o la recepción por parte de Wolfe de un paquete conteniendo una bomba. La resolución, por lo tanto, combina explicación verbal de los hechos y una dosis de violencia que equilibran el balance de un film de aceptable entretenimiento y cero pretensiones. [Cinefania.com]
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