Reseña crítica: Mucho antes que Nicholson y Lange o Garfield y Lana Turner, incluso antes que la OSSESSIONE (1942) de Luchino Visconti, el primero que adaptó la polémica novela de James M. Cain "The Postman Always Rings Twice" a la pantalla fue el virtuoso belga Pierre Chenal. Y como el que golpea primero, golpea dos veces, la indiscutida estrella es, sin más, la cámara, cuya inquietud y permanente dinamismo convierte a su realizador en una especie de Jerry Bruckheimer moderado y artístico de su época. El relato se inicia, como corresponde al protagonista, en medio de la bruma nocturna. Un hombre a pie (Fernand Gravey) llega a una estación de servicio y solicita a su encargado (Michel Simon) un plato de comida advirtiéndole que no tiene un céntimo. El solitario caminante no solo recibe comida caliente y un vaso de vino sino también una bienvenida amigable seguida de una oferta de empleo. Como la mayoría de los clientes pasan de madrugada, el dueño está obligado a pasar toda la noche despierto y un empleado nocturno le permitirá poder disfrutar del tibio lecho junto a su jovencísima esposa (la malograda Corinne Luchaire, a la sazón, 18 dulces pero vigorosos añitos de edad). La primera mirada entre la mujer y el desconocido es fulminante y la tragedia queda automáticamente predestinada: a la primera ausencia del cándido esposo, los amantes se unen, se prometen amor y velozmente tratan de encontrar el modo de quitarse de en medio el obstáculo esencial para la felicidad. Una noche aciaga, tras un festejo regado con las mejores cepas de la bodega, el marido sufre un premeditado "golpe" camino a su ducha y queda inconsciente; el incidente no se muestra en cámara pero se percibe con la desesperación ante un motociclista que pasa a cargar combustible en el momento menos indicado. Con el cráneo abollado, el pobre cónyuge sigue con vida y sin la menor sospecha que su empleado y esposa hayan cooperado en pérfido contubernio contra su vida. Tras haberla sacado barata, sin muertos ni sospechas policiales, los amantes deciden separarse pero he aquí las vueltas del destino y lo maravilloso (o trágico) de la porfiada naturaleza humana: recuperado de la herida, el marido busca y encuentra a su ex empleado y le convence de volver. La vuelta implica también un nuevo atentado, esta vez exitoso a través de un fraguado accidente automotriz plasmado en una sustanciosa puesta en escena al borde de una colina. Pero esta vez atraen la atención de un irritante juez de instrucción (Marcel Vallée) y de un primo del finado (Robert Le Vigan), que trata de obtener algo del cuantioso seguro de vida. Las distintas alternativas de este triángulo nefasto se irán expandiendo narrativamente y construyendo el universo psicológico de sus tres personajes, a través de las urgencias fisiólogicas de los amantes y la necesidad de amistad por parte del marido. Unas urgencias y una necesidad que conducirían a la muerte y al desastre. Los últimos dos rollos traen la sugestiva presencia de Florence Marly como una mujer de ciudad que mantiene una breve aventura con el protagonista. Hasta último minuto conforma una posibilidad de evadirse de un sino mal barajado que no podrá ver hasta que sea demasiado tarde. Años antes que Orson Welles con su reconocido CITIZEN KANE reformulara los conceptos de fotografía, montaje y narrativa cinematográfica, el director Pierre Chenal se punta un precedente plasmando cada recodo de esta historia con incontables recursos de cámara, evadiendo en todo momento el habitual signo de los tiempos que consistía en el enfoque fijo con los actores al centro de la escena. El resultado es, ¿quién lo duda?, una página de valioso y gran cine. [Cinefania.com]
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