Reseña crítica: Antes que la fundacional METROPOLIS, antes que la soviética AELITA y antes que a Hugo Gernsback se le ocurriera el término "ciencia ficción", el cine alemán llevó a la pantalla un relato moral acerca de poder, energía y diferencias sociales. El año fue 1920 y mientras la República de Weimar continuaba su difícil recuperación después de la hecatombe, el Cine ofrecía una representación crítica y turbulenta de como el más noble e idealista de los mineros puede devenir en un monstruo sediento de poder. El relato se inicia didácticamente, con comentarios de la estrella Algol, a la que los griegos bautizaron como "Demonio" por su extraño comportamiento. El protagonista es Robert Herne (Emil Jannings), un minero que dedica su vida a extraer carbón del interior de la tierra. Herne trabaja para Leonore Nissen (Gertrude Welcker), joven heredera de la cuenca carbonífera pero, a diferencia del típico terrateniente abusador, Leonore manifiesta preocupación por esos desgraciados que casi nunca llegan a ver la luz del día. En uno de los tránsitos estelares, un ser proveniente de la estrella, se materializa en una recóndita galería donde trabaja Herne. Haciéndose pasar por un minero suplente, Algol (John Gottowt), permanece cerca de Herne y, por ello, se pone al tanto de sus dilemas y de la encrucijada entre su compañera de trabajo Maria Obal y la poderosa dueña de la mina. Un atardecer, Algol revela su origen y entrega los planos de un maravilloso artefacto de fabricación de energía. Cumplida su misión, adopta aspecto galáctico y desaparece del cuadro. Antes de irse profetiza: "¡solo un año más y gobernarás el mundo!" Antes de expirar el plazo, Herne ha construído varias fábricas que pueden transmitir la fuente de energía cuyo origen guardará celoso en el misterio. El día de la inauguración de su "Bio-Central", caen las acciones de todas las industrias. El gobierno, preocupado, aconseja seguir con firmeza la explotación de las minas de carbón. Cuando los sufridos mineros se enteran que se viene una nueva clase de energía que no se basa en el carbón, se ponen felices: "El mundo sin carbón, ¡seríamos libres! Volveríamos al sol". Pero nuevamente interviene Algol (tal y como HOMUNCULUS) que, infiltrado entre los mineros, replicaa semejante candidez: "¡Estúpidos! Sí, estaríais al sol y os moriríais de hambre". Herne logra calmar la agitación, salvando a la vez a la pobre Leonore de ser linchada. El magnate anuncia: "Desde esta nave irradiará la energía de mi motor a todo el mundo a través de mil cables. El reinado del carbón ha muerto. ¡A partir de hoy, la Bio-Central proporcionará energía al mundo!" Y para tranquilidad de los mineros, los seduce con brillante claridad expositiva: "¡Abandonad vuestras minas, el día del sol está irrumpiendo! No tendréis más trabajo, pero no os quedaréis sin pan. Nuestro país será grande y feliz. El dinero del mundo entero estará a nuestro servicio y seréis ciudadanos de ese país... ¡libres y ricos!" Pasan veinte años más y Herne, ya veterano pero aún salvaguardando el secreto de su mecanismo milagroso, cumple con la promesa de abastecer al mundo de energía. El resultado es que todos los países, salvo uno, trabajan para pagar la electricidad de Herne. Un excelente ejemplo de capitalismo centralizado y abusivo que habrá dado que hablar en su época. La trama prosigue con el hijo libertino de Herne, Reginald (Ernst Hofmann), una vampiresa que lo tienta (Erna Morena) y Maria Obal, que se ha instalado en el único país que no agacha la cabeza, donde cría a su hijo, Peter (Hans Adalbert Von Schlettow) el cual se convierte en opositor del poderío de Herne y - como dictaminan las leyes del melodrama - se enamora de la hija de éste, Magda (Käthe Haack). En el último rollo las presiones sobre el avejentado Herne son tremendas: a Peter y Magda, que reclaman la Central de energía para toda la Humanidad, se les suma la esposa de Herne. Cuando el usurero mundial se ablanda un poco, y exhibe el secreto de la maquinaria a su mujer, esta no soporta la sorpresa y cae fulminada de un ataque cardíaco. Finalmente, atizado por la vampiresa (a su vez adoctrinada por el omnipresente Algol), Reginald arrebata el secreto a su padre y se convierte en nuevo amo del mundo, asistiendo a un festejo orgiástico en el que danza el increíble Sebastian Droste. A pesar que el tema posee la épica que más adelante desarrollaría Fritz Lang, el ignoto realizador Hans Werckmeister no es Lang, y si bien saca el mejor partido de la portentosa presencia de Emil Jannings y se luce con algunas secuencias de masas, el film está más anclado en el ritmo de la década del diez que en la dinámica de los inminentes veinte. Walter Reimann, arquitecto de Caligari, aporta imperdibles escenarios cuyo tema no son las enloquecidas contorsiones de la estética expresionista sino la geometría y todo tipo de simetrías que de por si, valen la pena sentarse a ver. [Cinefania.com]
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