Reseña crítica: El 1661 el Barón Vitelius de Stera (Abel Salazar) es condenado por la Santa Inquisición de México, acusado de brujería, necromancia y otras barbaridades. Mientras es quemado en la hoguera, jura vengarse de los descendientes de los Inquisidores, Baltazar de Meneses, Álvaro Contreras, Sebastián de Pantoja, Erlindo del Vivar. 300 años después, al pasar un meteorito, el Barón Vitelius se corporiza en un monstruo horrible que para alimentarse debe devorar los cerebros de los seres humanos. Tras consumir algunas víctimas al pasar, se dedica a preparar su gran venganza, convocando para ello a sus víctimas a una gran fiesta que, a la sazón, termina permitiendo a la policía (David Silva y Federico Curiel, guionista del filme) obtener la única evidencia tangible con la que relacionar los cadáveres que pronto comienzan a apilarse en la morgue. Como suele ocurrir con las grandes películas (y también con las mediocres), los primeros cinco o diez minutos de metraje nos brindan la tónica de lo que veremos: fotografías ampliadas que simulan paisajes, urbes o bosques; maquillajes monstruosos de paupérrima credibilidad; miniaturas difícilmente convincentes y efectos especiales abismales de clase Z. Todo esto confluye en la que sería la anteúltima de la serie de películas de terror producidas por Abel Salazar para la Cinematográfica A.B.S.A., responsable de esa meritoria incursión inicial en el género titulada EL VAMPIRO (1957) de Fernando Méndez. Es interesante constatar que el mediocre resultado final de EL BARÓN DEL TERROR reside no en las actuaciones o fluidez narrativa, que son más que aceptables, sino en la pretención de mostrar todo y no insinuar nada. Por ejemplo, la película nos muestra un plano americano del suplicio del Barón Vitelius ardiendo en la hoguera. Toda tensión potencial se arruina al observar una evidente maqueta quemándose con llamas del tamaño de una cerilla de fósforo. Lo mismo se aplica al torpe efecto del meteorito cayendo a la tierra: había numerosas maneras ingeniosamente baratas de sugerir tales efectos en vez de mostrarlos, pero el director Chano Urueta opta por las más desafiantes, acarreando con ello un irremontable lastre para la película, justo lo contrario que había hecho Fernando Méndez para la citada EL VAMPIRO. Todas estas chapuzas, hay que reconocerlo, pudieron estar pensadas a propósito para buscar la risa del espectador, como por ejemplo mostrar a la primera víctima (Víctor Velázquez) cayendo muerto en ropa interior con unos impresentables calzoncillos de viejo. Otro tanto va para la escena del Profesor Pantoja (Germán Robles) observando inmóvil como el monstruo (bautizado "Brainiac" en Estados Unidos) succiona el seso de su hija (Magda Urvizu). Los ojos desorbitados de Germán Robles generan, por un lado, una sensación espeluznante por la connotación del cuadro, aunque, por las mismas razones, es difícil no echarse una buena risotada. Buscado o no, el cine mexicano verdaderamente fue el pionero de la psicotronía para la industria latinoamericana. [Cinefania.com]
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