Reseña crítica: El contagioso éxito musical de temporadas previas, "Pop Goes the Weasel", inmortalizado en cortos de Los Tres Chiflados como PUNCH DRUNKS (El Boxeador Musical-1934) o POP GOES THE EASEL (Chifladuras de Artistas-1935), signa el comienzo de este misterio al ser cantado por James Burtis mientras pasa la aspiradora en el estudio de su patrón John Miljan que trata infructuosamente de concentrarse para poder avanzar en su última novela. ¿Qué relación hay entre estos dos personajes para que compartan el mismo techo y uno le pase el plumero al otro (además de servirle la comida y de ser el perfecto asistente en la posterior investigación)?: la misma que entre Holmes y Watson o Batman y Robin, así que no hay de qué preocuparse. La simpaticona Iris Adrian visita a nuestro protagonista para invitarlo a un agasajo que tendrá lugar esa misma noche en la casa contigua a la suya. Durante el mitin el argumento cumple el sustancial requisito de presentarnos a los personajes y la sumatoria de móviles que confluirán sobre la previsible víctima Iris: así desfilan, entre otros, su progenitora (la formidable estrella de la pantalla silente Betty Blythe); un mafioso itálico (Noel Madison); una joven y sospechosa amiga (Irene Ware); un cuñado debonair (el argentino Barry Norton)... Tras este paso obligado, y profusamente conversado bajo el estigma de la cámara fija, el festejo se disipa y, más tarde, un par de disparos quiebran la silenciosa madrugada. El protagonista regresa a la mansión y se topa con un increíble e imprevisible cuadro: además de la pobre Iris, hay dos víctimas extra, un paternal gordito (Harry Holman) y el marido de Iris, Harry (James Eagles), al que hasta ese momento el film solo había aludido pero nunca mostrado. ¿Quién mató a quién? Y, sobre todo, ¿el asesino volverá a atacar? John Miljan es uno de esos actores de mediana edad con bigotito y cara larga que uno se puede confundir a simple vista memoria con William Harrigan o John Boles, pero no se confunda: Miljan hizo el triple de cine clase B que los citados caballeros. Y con tal foja de servicios, la suya será una investigación que irá de la mano del romance (con la citada y sugestiva Irene Ware) y del pleito con los mafiosos, dando pie a que el realizador a cargo, el sabroso destajista Frank Strayer, inyecte dos tensas secuencias de tiroteos entre los protagonistas y un trío de secuaces con rostro bruñido y modales catarrescos (el perenne Stanley Blystone, Kit Guard y Don Brodie). La sumatoria entre whodunit, tumultosos gángsters y romance propicia una sorpresa más: el desenlace no será la esperable reunión con el investigador desenmascarando a nadie sino la asunción que la persona responsable ha tenido algo así como un motus comprensible. Su castigo, por ende, no será ser entregada a las autoridades sino la sensación de haber sido descubierta pero no denunciada. Eso provoca, si uno puede involucrarse con ese cuadro, un espeluznante final anticlimático que es leído en un telegrama y que, de haber sido esta producción de algún estudio major y no de la insignificante y pobretona Invincible, también habría sido "infilmable". [Cinefania.com]
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