Reseña crítica: A principios de la década del cincuenta, la Fox hizo aterrizar un gigantesco platillo volador en pleno Washington para una cuasi obra maestra titulada THE DAY THE EARTH STOOD STILL (El Día que Paralizaron la Tierra-1951). Casi un lustro más tarde, la minúscula Abtcon Pictures animada por el incansable Herman Cohen, lanzó la que fuera primera y anteúltima producción con este film de presupuesto tan menguante como pretenciones. Y para estar a tono con las paranoias del momento, plantea una invasión de unos doscientos robots venusinos que atacan la populosa ciudad de Los Angeles. La primera en percatarse que algo anda mal es la joven Nora (Kathleen Crowley), al comprobar que la dosis de píldoras para dormir que ingirió la noche anterior no le sirvió para quitarse la vida sino todo lo contrario. Ni bien sale a la calle, el cadáver desencajado de una mujer revela que algo ha ocurrido durante la noche. Acto seguido se encuentra con el buscavidas Frank (Richard Denning) que, cigarrillo en boca y con porte de recio, le imparte una cachetada para espantar la por entonces convencional histeria femenina. Habiendo quedado inconsciente por una golpiza, Frank tampoco se enteró si la ciudad fue evacuada por algún ataque nuclear o qué. Andando por una avenida desértica, entran a un bar donde se escucha un piano y se encuentran con una pareja, Jim y Vicki (Richard Reeves y Virginia Grey), que deciden aprovechar el apocalipsis para beber gratis en todos los bares que puedan. En plan de salir de la ciudad pronto se arrepienten: la formidable sombra de un autómata merodeando y la posterior muerte de un eventual sobreviviente (Mort Marshall) a manos de un rayo mortal que despiden los robot por su mirilla, les convencen de que lo mejor es refugiarse en el interior de un hotel en espera que caiga la noche e intentar una sigilosa fuga. Antes de eso, la armonía se altera con la llegada de un criminal (Robert Roark) que, a punta de pistola, tratará de utilizarlos como cebo para asegurar su propia huida. Desde luego el presupuesto existente a duras penas daba para confeccionar un solo traje de robot (calzado por el habitual gorila Steve Calvert), con lo cual solo aparecerá un robot a la vez. Lejos, en un laboratorio, los imprescindibles general del ejército (Arthur Space) y científico de turno (Whit Bissell) debaten como aniquilar el peligro utilizando la tecnología a mano. El grueso del film reside en las sobrias pero sólidas actuaciones del grupo de sobrevivientes y en la capacidad para aprovechar una calle desértica (esos exteriores fueron rodados sin permiso oficial, un domingo a primera hora de la mañana, cuando ni el mono andaba por ahí). El resto es ciencia-ficción pura, con las deducciones y especulaciones de los protagonistas ante las huellas del ataque alienígena y la capacidad de sugerir sin mostrar o, en el caso de estos autómatas, mostrar lo menos posible. Los efectos especiales se reducen al famoso rayo mortal y a la explosión de una escuadrilla de cazabombarderos hábilmente sobreimpresa sobre el omnipresente stock-footage. Ni el realizador Sherman A. Rose ni la productora Abtcon prosperaron en la historia del Cine Fantástico, pero el enfrentamiento entre el criminal y sus rehenes consigue una genuina tensión que más tarde, con la avalancha de films sobre invasiones extraterrestres, será difícil igualar. [Cinefania.com]
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