Reseña crítica: Mayo de 1485. Su Señoría el Diablo envía a dos de sus siervos (Alain Cuny y Arletty) a la Tierra para sembrar discordia y desesperanza entre los seres humanos. Convertidos en Gilles y Dominique, artistas de la legua, ingresan a un castillo y cantan para el severo Barón Renaud y su prometida, Anne (Marcel Herrand y Marie Déa) así como para el padre de la princesa, el regente del lugar, el Barón Hughes (Fernand Ledoux). A través de un mágico acorde de laud, se congela el tiempo y los entes demoníacos aprovechan para tentar a los príncipes: Gilles involucra a la joven Anne y Dominique, por su parte, atrae a los machos alfa, Renaud y Hughes. Sin embargo, Gilles tiene un conflicto interior y decide revelarle a la ingenua Anne acerca de su auténtica misión. Cuando ella le confiesa que no puede dejar de amarlo, Gilles decide romper la fría carcaza que envuelve su coraz??n y amar, por vez primera en eones, a un ser humano. La reacción inmediata es una tormenta eléctrica y la aparición de un caballero en busca de asilo que es el mismísimo Diablo (Jules Berry), que viene a supervisar y rectificar el desempeño de sus siervos. ¿Podrá la fuerza del amor operar un cambio en la naturaleza del ser diabólico? Y, tras algunas vueltas de tuerca, ¿podrán los seres humanos identificar la senda correcta ante tanta intervención de seres del Averno? ¿Logrará el director Marcel Carné hacer olvidar al espectador francés de 1942 la triste realidad de ocupación que se vivía allá afuera para insertarlo, durante dos horas, en una trama de amor entre humanos y almas condenadas en plena época medieval? Para responder a esta última pregunta tengamos a bien evaluar que, a casi siete décadas de su estreno y entre públicos ajenos, Carné sigue consiguiéndolo. Primero gracias a una partitura espectacular, épica y majestuosa, luego con una digna ambientación resaltada por la fotografía de Roger Hubert y un estupendo elenco que goza de algunos diálogos memorables. El sentido de la trama corre por andariveles similares al de una película americana previa, THE DEVIL AND DANIEL WEBSTER (Un Pacto con el Diablo-1941), del alemán William Dieterle. El Diablo, ser simpático, travieso y dañino pero todo un caballero cuando se trata de respetar un pacto de palabra, también está expuesto a ser víctima de fraudes y engaños: en la pantalla es vencido, aunque obteniendo victoria pírrica, por el amor ("en el amor todo vale" dice Marie Déa en un contexto deliciosamente diabólico). En ese sentido, ¡qué triste habrá sido salir del cine, en plena II Guerra Mundial, y tener que readaptarse nuevamente a la cruda realidad del 1942, luego de soñar despiertos esta fantasía! Sin embargo, la receta nos la da un diálogo del personaje de Arletty, que como alma en pena condenada a reclutar nuevas huestes para el Innombrable explica su inmunidad a los celos y la tristeza: "no soy capaz de sufrir... no siento el dolor... ni la alegría... ni el placer". [Cinefania.com]
Calificación Cinefania.com: