Reseña crítica: Una pareja a bordo de un Peugeot 403. Krystyna (Jolanta Urneka) maneja hasta que las críticas de Andrzej (Leon Niemczyk) la fuerzan a ocupar el asiento del acompañante y ceder el volante. Poco después encuentran un autoestopista (Zygmunt Malanovicz) al que casi arrollan, pero que terminan subiendo. El viaje culmina en un muelle, donde la pareja se dispone a abordar un yate para pasar el domingo. Que sí, que no, al final, invitan al joven (cuyo nombre jamás preguntan) y los tres zarpan en un crucero que, teniendo en cuenta las breves conversaciones y diálogos hasta ese momento, promete ser por lo menos ríspido. Durante el viaje, Andrzej comienza a alardear de ser un lobo de mar y paulatinamente se pone a dar órdenes, en su afán pedagógico hacia el joven muchacho. Por su parte, el muchacho trata en vano de retar la autoridad de Andrzej, hasta donde su dialéctica y nulas dotes en el mar le permiten. Ahí surge el cuchillo, una herramienta que el joven muestra y de la que hace alarde: es lo único en ese yate que es capaz de manejar con buen tino, ya que sus intervenciones con la caña o con los cabos, prueban ser poco más que ineptas. El cuchillo (calma, no estamos en un thriller hollywoodense, por lo que no se convertirá en arma homicida ni nada parecido) será pues, la diferencia entre estos dos machos (uno alfa y otro con perspectiva de alfa) y el desencadenante de… bueno, creemos que el desenlace es menos importante que el despliegue psicológico no tanto de los personajes sino de los arquetipos que encarnan. Aportan amplio respaldo la impecable fotografía, los pasajes musicales de Komeda (breves pero intensos), las solventes actuaciones y un guión solidísimo convirtiendo al primer largometraje de la filmografía de Roman Polanski en uno de los más competentes, promisorios e influenciales ingresos al 7mo. Arte. [Cinefania.com]
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