Reseña crítica: Hay una tradición japonesa que consiste en narrar 100 cuentos de terror. Cada vez que concluye un cuento, hay que apagar una vela y al terminar todas las historias, se debe realizar un breve ritual para anular la maldición de los 100 monstruos. Un aldeano (Jun Hamamura) narra a sus vecinos como se encontraba una noche particularmente oscura caminando a través del bosque hasta que se topa con un gigantesco ojo que lo observa fijo desde la negrura. En su intento de escapar a toda velocidad, un viento comienza a atraerlo hacia el seno del monstruo, que consiste en un enorme cíclope peludo. El aldeano se desmaya y a la mañana siguiente se despierta sin mayores daños. Tras el obligado ritual, la película nos pone en cuadro de situación: los aldeanos son manipulados por un ambicioso mercader (Takashi Kanda) que, en complicidad con el magistrado de santuarios (Ryutaro Gomi), planea demoler el santuario y la casas de los pobladores para construir un burdel. El único que se puede oponer a semejantes propósitos es un joven samurai (Jun Fujimaki) que se convierte en paladín de los desprotegidos. A través de 80 minutos, la película plantea tres equilibrados carriles narrativos: la puja entre los aldeanos y los villanos, las apariciones de los monstruos y los cuentos de apariciones (el segundo de los cuales, de dos pescadores que sacan una carpa de un lago, bastante logrado). Por supuesto el espectador que va a ver una película titulada "100 Monstruos" está más interesado en todo lo que tenga que ver con lo fantástico y, si bien no son 100 exactos, hay monstruos para todos los gustos. Apuntado, creemos, al público juvenil, la trama reviste interés sostenido, las caracterizaciones y ambientación están bien cuidadas, y los efectos visuales son atractivos. El desenlace, con las criaturas a toda orquesta, nos remite a otro similar de la muy superior VIY (Viy, Espíritu del Mal-1967). En su mayoría, las criaturas son actores con disfraces, pero hay trucos visuales de sobreimpresión (la cabeza de arpía gigante que aparece en el bosque), títeres (la sombrilla con una pierna humana) y una ingeniosa combinación de prosthetic con teatro negro de Praga (la cabeza telescópica de una mujer). La impresión integral de la película, a pesar de su legítimo sello japonés, nos remite al cine hongkonés de los '70s, pródigo en situaciones fantásticas a mitad de camino entre lo trasnochado y el delirio puro. El estudio Daiei, que venía de la exitosa trilogía de DAIMAJIN (1966) dio en la tecla con esta película, y prueba de ello son que antes del fin de 1968 estrenaba una segunda película de los "Yokai", YÔKAI DAISENSÔ (1968). [Cinefania.com]
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