Reseña crítica: Aquilea, una ciudad imaginaria, es rodeada por un enemigo superior y en su seno, solo un anciano (Juan Carlos Paz) organiza un núcleo de resistencia impartiendo las órdenes al grupo comandado por Herrera (Lautaro Murúa). Dando golpes puntuales y llevando a cabo acciones en diversos puntos geográficos, la resistencia va cumpliendo sus objetivos, no sin perder algunos efectivos. Con cada misión, observan en los límites y en los horizontes de la ciudad la presencia pasiva de los invasores, ya sea en automóviles enfilados o en multitud de jinetes. Es que la invasión, hasta el momento en ciernes, se desarrollará por tierra, mar y aire. A medida que avanza la trama, vamos ingresando en las vidas de algunos personajes. De Herrera, observamos su conflictuada vida matrimonial con Irene (Olga Zubarry), quien a su vez también opera para un grupo organizado. Cada uno de los miembros de la resistencia es pintado con un trazo particular. Uno (Martín Adjemián) es cobarde hasta que decide probar su valentía en pos del grupo; otro (Daniel Fernández) es irremediablemente mujeriego a pesar de su poco atractivo físico; un tercero (Ricardo Ormello) es aficionado al cine western de clase B... el jefe, Don Porfirio, es un anciano que conversa con su gato y que bebe mate solo. Vista por un público ajeno a sus autores y momento histórico de estreno, la película se expresa como una especie de ucronía despojada de todo elemento de ficción científica, un poco a la manera de la serie THE INVADERS, en que seres extraterrestres eran corporizados por individuos perfectamente comunes y corrientes. El componente fantástico, entonces, reside en la ausencia de explicación de los motivos de cada bando (ambigüedad que promueve elementos de debate en la eventual identificación con los antagonismos que jalonaron la evolución histórica argentina). Personajes que se mueven sobre una ciudad fantástica cuyo pictórico mapa preside cada reunión convocada por Don Porfirio, que recorren cada punto cardinal de la rosa de los vientos, y que van muriendo de maneras cuanto menos fantásticas. Añadiendo el conocimiento literario al análisis, resulta que se trata de un filme con el gran Jorge Luis Borges como coguionista. De su pluma reconocemos el sentido de los diálogos y la épica doméstica de ciertos personajes perfectamente borgeanos. Del otro coautor de la historia, Adolfo Bioy Casares, se rescata el espíritu de la construcción narrativa del héroe colectivo (rasgo que también la asemeja al clásico del cómic "El Eternauta", con quien también comparte la presencia de la cancha del club River Plate). Por último, el aporte cinematográfico de Hugo Santiago, que oscila entre momentos de cine al estilo Jean-Pierre Melville hasta abusos de la cámara rápida para describir secuencias de acción. El grano espeso y el quemado tono del celuloide aportan a la trama una sordidez que carecen posteriores filmes de agresiones fantásticas basados en autores literarios como LA GUERRA DEL CERDO (1975) de Leopoldo Torre Nilsson sobre Bioy y EL PODER DE LAS TINIEBLAS (1979) de Mario Sábato sobre su padre, Ernesto Sábato. [Cinefania.com]
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