Reseña crítica: Tras los pasos directos de DEAD OF NIGHT (Al Morir la Noche-1945), aunque sin personalidades gravitantes en la silla directorial y conformándose con un elenco exclusivamente compuesto por intérpretes de segunda y tercera fila, NIGHT COMES TOO SOON ofrece con paupérrima modestia un caso de poltergeist y encantamiento que incluye un digno giro sorpresivo final. Tantas carencias obvias, sin embargo, están mitigadas por esa omnipresente virtud del fantástico británico (tal vez proveniente de sus ancestros sajones) de asumir las manifestaciones del Más Allá como un hecho más de la vida sin el irritante escepticismo de mil y un títulos del cine norteamericano. Otro detalle a favor es la presencia de Valentine Dyall, por entonces de popularidad radial como narrador de historias sobrenaturales. El film, justamente, se inicia con una subjetiva de su personaje, un tal Dr. George Clinton, que llega a una casa donde tiene lugar un tecito después de la cena entre varias personas. El calor de la chimenea y la opaca iluminación promueven un ambiente sombrío que es ideal para una historia espeluznante. Así que, tras la excusa dialéctica acerca de si existe o no lo sobrenatural, Clinton comienza el relato que, a través de flashback, estará protagonizado por una pareja joven (Anne Howard y Alec Faversham) que también está en la reunión. Como el casado, casa quiere, el flamante matrimonio da con un agente inmobiliario (David Keir) que, viejo pícaro, les lleva a conocer la mansión de Rameshan Hall que, al estar muy venida abajo, la ofrece a un número imposible de rechazar. Fija entre las reglas del film fantasmagórico inglés, precios tan rebajados suelen traer aparejados problemitas que no se solucionan con unas cuantas manos de pinturas o algo de revoque aquí y allá. Ni bien la esposa se va de compras al pueblo, el esposo comienza a escuchar ruidos raros, ver sombras proyectadas en paredes o notar una figura humana pintada en un cuadro que cambia de posición cada vez que vuelve a observarla. Esa noche (o la siguiente, ya que el discurrir temporal no fue un detalle que interesara al guionista de turno), marido y mujer comparten la sobremesa frente a la chimenea hasta que se sobresaltan con nuevos crujidos. Esta vez se manifiesta una aparición de la que ambos son testigos. A lo largo de estos incidentes la voz narradora de Clinton va dando pistas tremebundas: la casa pertenecía (según lo afirma textualmente una placa en la fachada) a un nigromante que en otros tiempos asesinó a su esposa y un amante. Cada tanto el relato se suspende y la trama vuelve al hogar inglés donde Clinton rebate la opinión de un invitado escéptico (Arthur Brander) que argumenta que todo se debe a confusiones o simplemente imaginación. Toca el turno que el propio Clinton intervenga en la historia y como especialista parapsicológico es llamado por el preocupado matrimonio. Y al revés de lo que pasa cuando usted o su vecino llevan el automóvil al mecánico y ya no hace el ruidito que perturba su tranquilidad, no pasa un rato que Clinton se sienta en el comedor que, a través de una ventana, se materializa el espectro del antiguo ocultista (Monti DeLyle, el Laird Cregar británico). ¿Podrá el maestro de ceremonias del film espantar el encantamiento de Rameshan Hall antes que los nervios de sus jóvenes propietarios estallen del soponcio? De regreso al comedor con los invitados, una última manifestación fantasmagórica frente a todos, respalda la sobrenaturalidad así como también el quiebre de lógica interna del film. Pero eso no es problema para disfrutar como placer culpable esta adaptación del cuento de Edward Bulwer Lytton, "The Haunters and the Haunted" con detalles pictoriales sustraídos del sobresaliente "The Mezzotint" de M.R. James y gozar de los pocos hallazgos audiovisuales de un ignoto realizador irlandés como Denis Kavanagh. Una canilla que gotea en la noche, la sombra de una estatuilla que tiembla debido a estar proyectada por el fuego del hogar y la negrura que parece engullir a los personajes debido a la escasa iluminación de los interiores de la casa promueven efectos climáticos en base a planos modestos pero bien planificados. Como contraste, las apariciones de los fantasmas, demasiado nítidas y sin mucho efecto de fundido denotan una técnica primitiva que no carece de fascinación pero ciertamente quiebra el clima tenebroso. La copia vista, con algunos minutos menos, posee el título de THE GHOST OF RASHMON HALL. Curiosamente si usted busca en Google por imágenes de ese título, se le vendrá un aluvión de fotogramas del clásico de Akira Kurosawa RASHOMON (íd-1950). Parece ser que el film pasó a Estados Unidos en 1953 y a algún avispado distribuidor se le ocurrió rebautizarlo con un título que evocase el citado suceso del cineasta japonés. "Rashomon" no es "Rameshan", pero sin distribuidor de por medio, para el actual motor robótico de búsquedas de Google, parece que sí. [Cinefania.com]
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