Reseña crítica: Impreso en letras ornamentadas y con doble subrayado, el libro de oro de los destajistas incluye un capítulo especial para D. Ross Lederman, debido a realizar docenas de pasatiempos de hora u hora y pico de los cuales absolutamente ninguno termina siendo memorable. En esta ocasión, de su década larga como realizador de planta de la Columbia, rescatamos este ALIBI FOR MURDER acerca del caso en que un periodista de radio (William Gargan) se erige como investigador a mitad de camino entre Holmes y cualquier detective de la llamada escuela "hard-boiled". Llega el "Hindenburg" a Norteamérica y la evidente imagen de noticiario nos presenta al mariscal Hindenburg asomado por un ventanal (para el momento de estreno del film, el octogenario ex presidente alemán llevaba dos años fallecido). Se sabe que en el maravilloso dirigible llega el premio Nobel dr. Foster y nuestro protagonista se acerca a la secretaria del académico, la dulce Lois Allen (Marguerite Churchill), para obtener una entrevista exclusiva. Ante las constantes negativas, se deja caer por la mansión de Long Island donde, de repente, se escucha un disparo: es Foster o, mejor dicho, su cadáver de bruces en su escritorio. Rondándole por detrás, la cámara nos muestra a su asistente personal que, encarnado por Dwight Frye, ¿qué más se puede agregar que nombrarlo automáticamente sospechoso? Debido a las evidencias, la policía (Wade Boteler) dictamina suicidio, pero como el periodista no queda satisfecho comienza a investigar por su cuenta, auxiliado por su fiel asistente Brainy (Gene Morgan, una especie de Wallace Ford de segunda fila). Entre otros sopechosos tenemos a un aristócrata inglés que se dedica al negociado del armamento (el característico de origen checoslovaco Egon Brecher); un supuesto empresario bioquímico que resulta ser un impostor (Stanley Andrews); y el administrador de negocios del occiso (Romaine Callender). En la faena, el protagonista recibe amenazas, sufre un atentado en su propio despacho, es perseguido y tiroteado por un par de rufianes de cuidado (Albert J. Smith y Norman Willis). Estos toques de impacto no le impiden llevar a cabo un ligero trabajo de deducción que lo conduce a desentrañar el entuerto en el último rollo, obtener la primicia para su programa y, como si todo esto fuera poco, conseguir la simpatía romántica de Lois. El guión permite lucimiento a nuestro querido Dwight Frye, en una secuencia en que lanza una diátriba en contra de los negociantes de las armas así como de los hombres de ciencia que dejan de buscar el bienestar del Hombre en pos de la propia conveniencia. Como se pone violento, William Gargan debe calmarlo de una trompada. Cuando vuelve en sí, el divino de Dwigth le pide disculpas: "lo siento, perdí mi temperamento". [Cinefania.com]
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