Reseña crítica: 1812: Tras el desastre de Huaqui, el comandante del Ejército del Norte, general Pueyrredón (Rodolfo Machado), es relevado por un abogado convertido en general, Manuel Belgrano (Ignacio Quirós). El panorama es desalentador: un grupo de soldados con la moral por el piso, indisciplinados, a duras penas uniformados, carente de provisiones, armas y parque. La imagen de las tropas independentistas tampoco es muy positiva entre el pueblo de las ciudades de Salta o San Salvador de Jujuy, que consideran a Belgrano y sus huestes como herejes. La inminencia del avance de un muy superior ejército realista y las órdenes provenientes de Buenos Aires, que niegan satisfacer el pedido de refuerzos y obligan a Belgrano a retroceder hasta la provincia de Córdoba, ponen al protagonista ante un verdadero dilema: ¿cómo recuperar la confianza de sus subordinados, ganar ascendencia en la población civil, obstaculizar el avance realista y satisfacer el mandato de sus superiores? Todas estas asignaciones Belgrano las resuelve con sentido común o bien, improvisando. Tras hacerla bendecir por el canónigo de Jujuy, hace jurar la bandera en medio de una espectacular ceremonia popular. Mientras presta sus retaguardias a combates de desgaste al enemigo, ordena el famoso "éxodo jujeño", motivado por la potencial venganza realista por adherir a la causa independentista. Esto le lleva a desobedecer a Buenos Aires pero, tocado por el éxito, logra triunfos bélicos notables, especialmente la Batalla de Salta - secuencia bélica que constituye el climax del film. Mucho se ha escrito sobre los próceres argentinos en la pantalla y el frecuente vicio de deshumanizar al prócer convirtiéndolo en bronce tan frío como una estatua. Tras experiencias previas de otros directores, el realizador René Mugica evita exceso de solemnidad yendo a rodar a los abrasadores escenarios reales donde los hechos históricos ocurrieron. El guión, inteligentemente, opta por aligerar los diálogos y permitir que los personajes se expresen a través de sus conductas, lo que permite que, además del protagonista, cobren vuelo los personajes de Enrique Liporace (un subcomandante de Belgrano) y Mario Lozano (oficial menor del Ejército del Norte). De esta manera, nadie habla por apotegmas ni se expresa de otra forma que no sea con naturalidad. La crueldad de unos y otros, mostrada con varias órdenes de fusilamiento o con la tendencia a torturar del general realista, rompe cualquier con esa ingenuidad presente en varios films anteriores de gestas históricas. A pesar de tantos aciertos, el calor también agobia el trámite narrativo que se extiende, en ocasiones, en una injustificada languidez. Las escenas de batallas o escaramuzas no aportan el dinamismo necesario que hubiera aumentado el termómetro épico del film y la secuencia más lograda termina siendo la del citado éxodo. [Cinefania.com]
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