Reseña crítica: Zé do Caixão (Jose Mojica Marins) es un recluso peligroso en una cárcel brasileña cuyos guardias se sienten aliviados de que la condena expire y que sea un hombre libre. A la salida del presidio le espera su fiel Bruno (Rui Rezende), aparentemente un viejo siervo de la época en que Caixão se labró su tétrica reputación. Ambos ancianos salen a un mundo nuevo, actual y descarnado, la realidad de las favelas, en las que, a modo de ejemplo, se muestran dos chiquitos aspirando pegamento y a un militar ejecutando a jóvenes delincuentes. Pero Zé do Caixão no tiene pretenciones morales ni equilibradoras, así que rápidamente se pone a trabajar junto a jóvenes acólitos, para lograr su objetivo, nada más y nada menos que traer el infierno a la tierra. Entre otros menesteres se dedican al secuestro, tortura y sometimiento de hombres y mujeres (especialmente policías, pero también hampones y abogadas). Entre las especialidades desarrolladas por este auténtico Grupo de Tareas, figuran la submersión de la cabeza en un tacho rebozante de cucarachas, la perforación de la espalda con ganchos de metal desde los que se cuelga al damnificado, la inyección de sustancias psicotrópicas, la remoción de la cabellera, etc. Algunos némesis aportan variedad al cuadro de villanía del filme, particularmente un par de hermanos militares (Jece Valadão y Adriano Stuart) así como un monje masoquista (Milhem Cortaz), quienes se proponen destruir a Zé no solo en lo físico sino también en lo espiritual. La perenne búsqueda de hembra para procrear su tan buscado hijo lleva a nuestro protagonista a tener encuentros sexuales con varias de las integrantes femeninas del elenco, aunque sus sueños se ven alterados por constantes pesadillas en que aparecen escenas de sus antiguas películas junto con los espectros de aquellos que murieron en las mismas. Merece destacarse una secuencia onírica en que del cuerpo putrefacto de una de estas mujeres surgen docenas de tarántulas que comienzan a caminar por encima del cuerpo y cabeza de Mojica Marins así como también un logrado viaje astral en que Zé aparece en un árido desierto del infierno en que un Mistificador (José Celso Martinez Corrêa) le explica cuestiones de metafísica superior. Coherente con sus antiguos filmes, Mojica Marins expone sus postulados cinematográficos a la nueva generación de un nuevo milenio, siendo fiel a su estética y también acogiendo nuevas técnicas y efectos especiales. Su cine renuncia al realismo extremo (con el que habría logrado un efectismo marcado en las secuencias de favelas) en pos de un enfoque teatral, satírico, absurdo y se concentra en enunciados ya típicos. Refranes clásicos tales como "la sangre es el propósito de la existencia" o nuevos como "si existiera el infierno iría caminando por mi mismo", respaldan algunas críticas sociales que, presentes ya desde los tiempos de A MEIA-NOITE LEVAREI SUA ALMA (1963), evidencian problemas que acompañan desde siempre a la sociedad y al ser humano. [Cinefania.com]
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