Reseña crítica: De la pluma de H. Rider Haggard -y con intertítulos redactados por él mismo- llega esta curiosidad producida en Berlín con capital británico pero para loor de la sugestiva americana Betty Blythe, diva de la pantalla silente que ya sabía eso de encarnar mujeres sagradas en superproducciones como THE QUEEN OF SHEBA (La Reina de Saba-1921). El primer rollo nos ofrece al poco agraciado pero campechano Horace Holly (el alemán Heinrich George, un año antes de componer su fornido capataz de máquinas en la imperecedera METROPOLIS de Lang) recibiendo la visita de su moribundo amigo Vincey que, a modo de despedida, le encarga la tutoría de su hijo Leo (según parece, tan buenos amigos que parecen, Holly no tenía idea que Vincey había tenido un hijo) y cuando el chico cumpla 25 años, deberá abrir un baúl que contiene puntuales instrucciones. Dos décadas y media más tarde, el joven Leo (el cuarentón Carlyle Blackwell), comienza a leer a cámara las cartas de su padre y, a medida que se imbuye en la historia fantástica, el flashback nos retrotrae al Egipto Antiguo, con la historia del amor imposible de "Ella" por un sacerdote llamado Kallíkrates (nombre bastante griego para un egipcio). Fiel a la novela original, algunas tomas de tablillas en lenguas muertas explican la malevolencia de "la que debe ser obedecida", que prefirió matar al sacerdote a perderlo. A pesar que la incoherente filiación de un egipcio antiguo con un británico moderno no lo convencen del todo, Leo decide marchar junto a Holly y un amigo (Tom Reynolds, en necesario plan "comic-relief"), en una expedición en bote a la costa africana señalada por la "Cabeza del Etíope". Ella envía a su sumo sacerdote, Billali (Jerrold Robertshaw), junto a una partida de guerreros a recibir a los tres aventureros. Cuando los nativos se descontrolan y pretenden guisar a alguien, Holly lo defiende a los tiros y se arma una delirante batahola que solo puee ser apacigüada con la oportuna aparición de Billali. Holly es llevado ante Ella y su primer atisbo de la diosa, reforzado por ingeniosos pases de iluminación, lo pasman ante la increíble belleza eterna. El realizador nos obsequia con un primer plano de Ella que, a medias cubierta por un manto de gasa transparente, provoca que cualquier espectador (de aquella época o actual) sentir el mismo temblequeo que Holly en su estremecedora visión. Cuando Ella se entera que Leo, convalesciente luego del ataque, se ha casado con la nativa Ustane (Mary Odette), se enfurece y le ordena que se marche y no vuelva a verle más. Tamaña arrogancia está motivada por su creencia de que Leo es la reencarnación del antiguo Kallíkrates. El problema, a fin de cuentas, es el más antiguo del ser humano desde que salió de las cavernas y se civilizó: amar a quien no nos ama y ser amados por quien uno no ama, enamorarse de una imagen del pasado, apostar todo a una entelequia inexplicable. Y creemos que tal vez ese sea el gran acierto de Rider Haggard, la pulsión íntima y estrictamente humana de esos millones de lectores que, desde su publicación en 1886 y, a pesar de los varios desequilibrios de lógica interna, quedaron magnetizados por la absorbente trama. [Cinefania.com]
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