Reseña crítica: En un importante juicio el fiscal (Roberto Escalada) exige la pena capital para el enfermizo Teodoro Ulber (Nathán Pinzón) para quien su abogado (Alberto Barcel) solicita reclusión perpetua en un asilo para dementes. El flashback nos lleva a una secuencia musical en un cabaret lleno de marinos, prostitutas y humo de cigarrillos. Tras entonar un sugestivo tema musical, la cantante (Olga Zubarry) baja a su camerino y en el pasillo observa unas sombras provenientes del ventanal que da a la calle. Se trata de un hombre arrojando el cuerpo de un niño por una tapa cloacal. Un grito se eleva por entre el bullicio y provoca la atención de los empleados del establecimiento. Mientras el fiscal dirige la investigación, varios sospechosos son capturados y presionados para que confiesen, incluyendo un vagabundo jorobado (Pedro Garza) cuyo único crimen es ser deforme y haber descubierto el cadáver y un joven marinero extranjero (Jorge Rivier). Aplicando mano dura y procedimientos extremos, el fiscal intenta infructuosamente dar con el asesino. Sin embargo es un vendedor invidente (Ariel Absalón) que logra recordar la exótica tonadita que silba el asesino (la famosa "Peer Gynt" de Grieg) ratificada por un amigo noruego (Enrique Fava). Así que, mientras las fuerzas policiales indagan rastros en la superficie, los pasadizos cloacales son rastrillados por docenas de vagabundos y marginales, para quienes el infanticidio y la paidofilia (sugerida pero no expuesta) son suficientes como para horrorizarlos y moverlos a destruir al temible "vampiro negro". Dos décadas después del estreno del notable opus de Fritz Lang, M, EINE STADT SUCHT EINEN MÖRDER (El Vampiro Negro-1931) el productor Seymour Nebenzal patrocinó una remake americana, M (El Maldito-1951), con David Wayne como el torturado personaje. Un par de temporadas más tarde Argentina Sono Film, contando con los talentos del uruguayo Román Viñoly Barreto y Nathán Pinzón, el "Peter Lorre argentino", produjo una versión propia que se mantiene como estupenda variación del original langiano. Guardando el respeto de la estructura narrativa clásica, incluyendo el pegadizo silbido y la obsesiva cacería del fiscal, Viñoly construye todo una subtrama en torno al personaje de Olga Zubarry y aporta dos o tres matices al asesino que aumentan el termómetro de la tensión cinematográfica. En tanto que los amantes del buen cine podrán gozar con el clima noir que preside casi cada toma y encuadre, los estudiosos del tema social e histórico podrán sacar jugosas conclusiones de varias postales arqueológicas implícitas en el relato. La justificación de la visión autoritaria del fiscal desde de su brutal trato con los sospechosos hasta la misma pena de muerte, pasando por su relación paternal e insatisfactoria con su propia esposa (Gloria Castilla) expresan la idiosincracia de una particular época de posguerra mundial. Y es apasionante examinar que, medio siglo después, el único concepto que mantiene vigente su carácter aberrante y provoca idénticas pulsiones de justicia por mano propia y castigos exacerbados hacia el responsable es el abuso de menores. [Cinefania.com]
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